Panes sin sal

Miguel Ángel Erguera | Testigo
Septiembre 15, 2020

Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Mateo 5,13

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Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Mateo 5,13

Mucho se ha escuchado y se ha dicho sobre el clericalismo. Cada vez que salen a la luz estos horribles crímenes de abuso sexual o psicológico llevado por pastores de la Iglesia alguien con un cierto sentido intelectual toca el tema y suele pasar desapercibido e ignorado.  Y entonces, quienes tienen diferentes ideas sobre el celibato sacerdotal hablan y terminan imponiendo un “justo” laicismo.

Sin embargo, este escrito no piensa tocar el tema del abuso sexual infantil. Pero, si planea plantear una situación clara sobre el clericalismo. En la opinión de este autor, no hay mayor mal en la propia ideología cristiana que este cáncer que viene gestándose desde hace ya varias décadas o inclusive, siglos.

La historia del clericalismo tiene una larga raíz y varias interpretaciones que fueron cediendo y cambiando conforme las épocas y movimientos sociales, ideológicos y culturales. Si bien, la inquisición, el Estado de Gobierno religioso y el cesaropapismo ya son un asunto del pasado; esta última cuestión no lo es.

Este “movimiento” por así decirlo, sostiene una marcada preferencia a los ministros ordenados y religiosos donde la vocación se convierte en un poder más que en un servicio gratuito y, donde se le permitirá inmiscuirse en todos los asuntos políticos, sociales, públicos y/o privados generando situaciones que van muy lejos de las enseñanzas de Jesús pero utilizándolas para sus intereses personales.

Todo cristiano bien formado sabe que el tema vocacional no es fácil. Es posiblemente, la elección de vida más difícil y trascendental que tendrá que tomar ya que en ella se juegan todos los caminos que la vida puede llegar a tomar en cuanto a hijos, matrimonio, economía y presencia dentro y fuera del pueblo de Dios. Sin embargo, algo que le queda claro: es por amor. Toda vocación es un llamado al amor y todos los que nos rodean, sin importar su propia elección de vida, son hermanos nuestros.

La Iglesia funciona como una especie de conjunto de redes donde todas se entrelazan entre sí para salvaguardar a todos sus miembros. De tal modo los laicos solteros pueden disponer más de su tiempo, recursos y persona para servir a los más vulnerables; los casados pueden enfocarse en su deber entre ellos mismos y abrirse a una fértil paternidad y los consagrados en su modo, podrán dedicarse a servir a Dios y a proteger a todo el rebaño de su Señor. Todo en equilibrio y en orden.

El peligro del clericalismo es que permea con su idea de un trato y modo preferencial a los ministros ordenados convirtiendo a los fieles en una fuente de negocio y en casos muy lamentables, peones. El mayor peligro se da en que crea rápidamente en las comunidades -ya sean religiosas, eclesiales o laicales- donde permean la temida autorreferencia que tanto mal ha hecho al mundo. Este es un tema grave porque puede permitir que conductas tan reprobables como el elitismo, la monopolización de los recursos, el abuso psicológico o de autoridad para permear la supervivencia de la comunidad por encima del Bien de los hijos de la Iglesia, ya que le quita la identidad de Madre y Maestra y la convierte en una “jefa” o peor aún, “reina”.

Quien ha sido llamado a una especial entrega al servicio de Dios y de su familia, la Iglesia sabe perfectamente que se configura a imagen de Cristo como hijo y como siervo. Se siente esposa de Cristo o desposado con la Iglesia a imagen de Él. Se sabe padre o madre de todo el pueblo de Dios. Se enternece con la llegada de los nuevos hijos de la Iglesia mediante el bautismo, siente misericordia con las ovejas más descarriadas, se llenan sus entrañas de amor cuando ve a sus hijos sufrir o sobretodo, reconoce un profundo sentido de fraternidad con todos el pueblo de Dios y sus hermanos sacerdotes y/o religiosos. ¡Que gran don para desperdiciarlo en una idea tan cerrada e injusta como el clericalismo!

Un cristiano clericalista es un pan sin sal. Sobretodo si es un ministro ordenado. Varias veces uno encuentra personas que viven su vocación como carga una sandía pesada quejándose de lo “pesada” que es ella. Sin embargo, sabemos que en esa analogía… Dios te da la sandía para que la partas y la compartas y tanto tú como todos los que te rodean puedan probar lo dulce que es la vocación al Amor a la que fuimos creados. Solamente viven su vocación como una profesión y la llenan de egoísmo, soledad y muerte.

No hay nada más horrible, y me consta porque lo vi en mis padres, que estar en una relación que sabes que necesita terminarse y finalizar; este sistema errado origina sacerdotes “empresarios” de sus propios proyectos y fieles ciegos y auto complacientes. ¿Cómo luchar contra esto? La respuesta es complicada y tiene tres niveles de acción.

La primera viene por parte de los fieles, nosotros tenemos el deber de formarnos bien y de ser verdaderos apoyo a nuestros pastores en todas las aristas. Así como participar activa y generalmente en las diferentes actividades y consejos de la comunidad donde participen tanto varones como mujeres con verdadero sabor de familia. Creo que ya quedó claro que los laicos tenemos el futuro de la Iglesia en nuestras manos, sobretodo en estos tiempos. El segundo viene por parte de los presbíteros y los diáconos que deberán “empoderar” a sus fieles con ministerios y toma de decisiones para formar, proteger y velar por la familia de Dios que es la iglesia y enfocarse principalmente en el Amor Esponsal. Finalmente, el tercero son los obispos que deberán permitir consejos parroquiales y de movimientos eclesiales donde participen pastores, fieles de todas las vocaciones y que ellos puedan retroalimentarse.

El papa Francisco en muchos momentos explica esta situación y en el 2013, habló con claridad con sus hermanos obispos sobre estas dificultades y soluciones. ¿Qué tiene que ver con el Amor Esponsal? Todo, porque la Iglesia es familia y se necesita la adecuada autorrealización donde todos, cualesquiera que sea su vocación, podrá sentirse realizado y amado llevando este gran Amor de Dios a todos sus hermanos reconociendo que cada historia es personal y que el llamado si bien puede variar en la vía, terminará siempre en la Cena de Bodas del Cordero a la que todos estamos invitados.

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